sábado, 9 de junio de 2007

Fides, Ratio et Masonería

Iván Herrera Michel

Fe es creer en lo que uno no ve. Creer es dar por cierto algo que no se puede comprobar que lo es. De ahí, el eterno conflicto entre fe y razón, entre dogma y ciencia. Entre más antigua es una concepción, más pobre es el contexto de conocimientos que rodea su nacimiento, y lógicamente más débil se torna su veracidad. Nunca antes el hombre supo lo que hoy sabe. Al fin y al cabo la ciencia que nos ha llegado no tiene más de cuatrocientos años de edad y los desarrollos racionales que se dieron en la antigüedad no acumularon tantos conocimientos como los que se producen desde hace tan solo 100 años. Especialmente desde hace 40.

Esto hace que el hombre de ciencia hoy este mejor capacitado para calificar lo que se encuentra ante sus ojos como objeto de estudio, y para "revisar los grandes relatos de nuestra historia", como dice G. Vatimo.

La percepción de la historia puede ser cíclica o lineal pero siempre debe apoyarse en hechos ciertos y verificables para ser racionalmente aceptada, ya que lo contrario ubica al pensador en el terreno resbaladizo y poco fiable de lo especulativo.

El mostrar seguridad en la posesión personal de una VERDAD es una herramienta óptima para ubicarnos en un punto de prominencia ante aquellos que queremos que nos "respeten". Para sostener una VERDAD que no corresponda a un pensamiento lógico se necesita enunciarla como un dogma. En realidad, el saber - o dar a entender que se sabe - algo que otro no conoce, pero que en alguna medida le interesa, nos da un cierto poder sobre esa persona (Con esto solemos especular y posisionarnos en nuestras relaciones personales). Cuando el pensamiento lógico no nos alcanza solemos apelar al pensamiento no racional. La fe tiene la insólita capacidad de brindarnos todas las respuestas y regalarnos una superestructura ideológica "toda talla".
Ampliar la escala de este mecanismo para ponerlo al servicio de nuestros intereses de poder, económicos, políticos, éticos, religiosos, etc., o para lidiar con conflictos surgidos alrededor de nuestra propia conciencia moral, es una actitud eficiente. Y si tenemos talento para ello, cierto liderazgo, capacidad organizativa, pocos escrúpulos y solucionamos el problema del dinero, la iniciativa puede llegar lejos. Con un poco de tiempo, de pronto hasta a Washington. Al fin y al cabo, a los obispos les costó menos de 4 siglos partir de Galilea para tomarse el poder en Roma; y de allí no han salido en 16.

En el camino de liberar a los hombres de los viejos dogmas que atan la conciencia, el teísmo y el agnosticismo fueron fenómenos europeos que, pretendiendo separarse del confecionalismo, influyeron el despegue del positivismo científico y social de los siglos XVIII y XIX. Con un poco de retrazo llegarían estas inquietudes a Latinoamérica, el continente de la esperanza de la Religión Católica Romana (¿De la esperanza de que?).. La Masonería no escaparía de la influencia confesional y en ella vemos como amplios sectores de la Orden exigen el preconcepto de la existencia en un dios (ser supremo, principio creador, etc.) para la admisión de nuevos miembros. Recientemente el Gran Maestro de la Gran Logia de Guatemala en una entrevista del 7 de abril de 2006, al periódico DE FRENTE, de amplia circulación en su país, en el marco de una reunión de la C.M.I., afirmaba olímpicamente en términos absolutos que los Masones deben creer en Dios, en la inmortalidad del alma y no en el evolucionismo. Y aquí nos topamos con otro fenómeno: la Masonería se parece al país en donde está.

Al contrario, otro gran sector de la Orden deja estas creencias a la esfera particular del Masón y ni las exige ni las promueve. A un creyente lo consideran igual a un ateo, siempre que sea una persona de buenas costumbres.

Es difícil identificar en uno mismo los obstáculos que impiden el libre desarrollo del pensamiento. Aún hoy, existen muchas personas que encuentran en la opción no racional una salida para las angustias generadas por la dinámica alienante de sus circunstancias personales y sociales; en lo que, indiscutiblemente, tienen mucho que ver los esquemas de pecado, culpa, expiación y salvación, en que se formaron nuestras infancias religiosas. Sin embargo, no existe duda de que algunos predicamentos metafísicos ofrecen estabilidad emocional, y esto podría ser una aptitud eficiente que, por adaptación o azar, ha adquirido el cerebro humano en la búsqueda de la supervivencia de la especie.

Por otra parte, y ya en el campo del deber ser, ¿Es correcto que se siga llenando de ansiedades a los niños para luego justificar en los adultos la existencia de una doctrina que prometa aliviar la sin razón mientras se viva, y el paraíso (o el infierno) después de la muerte?
Para citar solo un ejemplo cercano, acerca de lo irracional del pensamiento religioso, y sus consecuencias activas, podemos recordar la polémica surgida hace tres años alrededor de la "llegada del siglo XXI", y la histeria que la acompañó. Aunque toda datación es arbitraria y convencional (¿Cuando realmente comienza el año? ¿En que punto de la elíptica?), el tema es tan sensible que a partir de la convención más exitosa del último par de milenios se han creado los "milenarismos". No solo en el fanático año 1000, sino también en el postmoderno 2000, en el que también se dieron peregrinaciones gratificantes, jubileos indulgentes y suicidios colectivos.
Hoy, es posible rastrear en el tiempo y en el camino de la evolución humana, la aparición y el desarrollo de las nociones de vida después de la muerte, y de la posterior concepción de un dios controlador / regulador. Los registros antropológicos más antiguos con que cuenta la comunidad científica datan de hace 90.000 y 30.000 años, respectivamente. De esta antigüedad no se puede hacer derivar racionalmente que exista o no esa "otra vida" o ese dios controlador / regulador. Pero sí se puede reparar en que la explicación cosmológica del hombre primitivo, azaroso frente a una naturaleza que teme, aún sigue vigente para la mayoría de la humanidad. Y si esta explicación sobrevivió, es por que de alguna manera ha sido funcional.

Frente a esto, Sigmun Freud planteó la hipótesis que sostiene que la idea de un dios personal que brinda regazo y protección, no es, ni más ni menos, que la sublimación de la figura paterna. Y por otra parte, Nietche afirmaba que el pensamiento religioso es un pensamiento neurótico.
De todos modos, nadie tiene como valioso algo que no necesita. Si alguien tiene fe, es por que ella realmente satisface una carestía personal, así se esté obedeciendo a una opción cultural inducida. La concepción y la justificación de "su" dios, y las esperanzas frente a una vida posterior, indican la dimensión exacta de su necesidad.

Como hombres tolerantes, se nos impone un profundo respeto sobre la materia. Pero... ¿Es ético que guardemos silencio frente al tema que más odio, intolerancia y sufrimiento ha generado en la historia humana? ¿Cómo conciliar la prédica de que las religiones son pacifistas y conciliadoras, y llevan implícitas un mensaje de amor, con las Cruzadas, la Inquisición, la Noche de San Bartolomé, los Borgias, el asesinato de Juan Pablo I, la defensa institucional de la pederastia, la agresión a la cultura islámica, la matanza de niños inocentes que Dios ordenó para ayudar a Moisés, las limpiezas étnicas y los "ataques biológicos" contenidos en la Biblia, la oposición sistemática al avance del conocimiento humano durante los últimos 1.500 años, la legitimación de la muerte de 90 millones de indígenas americanos en el siglo XVI, la ofensiva contra la República y la democracia, la salida de grandes capitales de los países pobres obtenidos por concepto de diezmos y ofrendas, las hogueras, el fanatismo, los flagelantes, la venta de indulgencias, los hijos de sacerdotes obligados a "vivir sin padres", la subestimación de la mujer, y un largo etcétera de iniquidades?.

¿Cómo entender con sensatez la prédica de un Dios amoroso, paternal, omnipresente, justo, equitativo, que todo lo puede, poseedor de una infinita misericordia, que permanece sin actuar cuando ve que un niño va a pisar una mina quiebrapatas, que permite el nacimiento de infantes enfermos de SIDA, la mutilación de genitales en su nombre a recién nacidos de religión judía, que deja que 1.800 millones de personas nazcan, vivan y mueran en la más cruel miseria, que observa sin brindar solución real a las enfermedades, el hambre y el sufrimiento de la mayoría de los más 6.500 millones de seres humanos, y que ve como sus representantes recaudan dinero en su nombre?.

Definitivamente, como afirma Javier Otaola en su libro "La Metáfora Masónica, Razón y Sentido", el tema de la existencia de un dios y el de las cosas en que entretendría su tiempo es demasiado serio como para dejárselo a los curas y a los pastores.

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